NÚMERO 124. AÑO XV
Abril, 2024
INSTALÉMONOS
EN LA RAÍZ MISMA DE LA EDUCACIÓN
Uno de los primeros pensadores que tuvo que enfrentarse con el espíritu de la cultura griega desde el pensamiento cristiano fue el filósofo Justino (Siria,100/114 - Roma, 162/168). Estamos a comienzos del siglo II de la Era Cristiana: Fue de los primeros apologistas ( Dos Apologías, a Antonino Pío y Marco Aurelio y el Diálogo con Trifón frente al orbe hebreo).
Tras hacer todos los caminos griegos y bíblicos que terminaban al pie de la Sabiduría, al encontrarse con Platón escribe:
Te voy a dar mi opinión: la filosofía es en realidad el mayor de los bienes
y el más precioso ante Dios, al cual ella sola nos conduce y encomienda.
Y verdaderamente son santos aquellos hombres
que consagran su inteligencia a la filosofía.
(Diálogo de Trifón, 2,1).
Contempla el mundo desde Dios, al que le ha elevado su condición de cristiano, y así su horizonte nada tiene de recortado, lo abarca todo, Dios estuvo y está en todo. Está convencido de que los grandes bienes de la cultura griega tuvieron, por voluntad del Dios de los cristianos, una orientación hacia el Logos que se hizo carne. De él es la afirmación, que hacemos nuestra:
“Cristo es el Verbo del que todo el género humano ha participado.
Y así, los que vivieron conforme al Verbo, son cristianos,
aun cuando fueran tenidos por ateos,
como sucedió entre los griegos con Sócrates y Heráclito” .
(Apología 1,46)
Y conociendo el mundo de la cultura griega y siendo él mismo filósofo, el valor supremo que él más estimaba era el de ser uno más entre los cristianos. Famosa y lapidaria es su afirmación en sus apologías: “Yo, uno de ellos: ένας από αυτούς”.
Se nos ha olvidado que el mundo del pensamiento sobre el que gira la educación es el supremo de ser cristiano. Hay que darle luz a esta altísima realidad y hacer que vuelva a la Escuela, sin “piadosidades”, con todo el rigor del pensamiento.
💥MAGISTERIO💥
💥MAGISTERIO💥
Fracaso escolar
No hace falta estar directamente implicado en el mundo de la educación para sentir, a veces extrañado y a veces casi escandalizado, alguno de sus actuales problemas. Hace unas semanas leía en la prensa on line este título: “La escuela fracasada y sus culpables” (en referencia al fracaso español reflejado en el informe Pisa 2022), y no hace mucho, un artículo en la prensa de papel en el que se exponía el creciente abandono de no pocos docentes, que antes trabajaban con gusto, si no ilusionados, en su función educativa. Para quien ha vivido la educación en sus diversas etapas y dimensiones, desde maestro de niños y jóvenes hasta profesor universitario, noticias negativas referentes al trabajo docente y educativo, despiertan no solo desasosiego, sino pesimismo y cierta tristeza. No deseo -no es ahora mi función- analizar con más o menos profundidad los problemas a los que acabo de aludir; tan sólo deseo expresar mi sentir, más que mi pensar, ante un terreno que en algunos medios se identifica más bien como un erial que como un campo cargado de ricas promesas.
Cuando se habla de fracaso escolar solemos referirnos a la pérdida de éxitos o al no logro de metas de los estudiantes: el suspenso frecuente, la repetición de curso, el abandono de los estudios, la desafección creciente por parte de un considerable número de adolescentes-jóvenes; no suele mencionarse el posible fracaso de los métodos, de los instrumentos didácticos, de las propias instituciones y, por supuesto, del profesorado. Al título antes mencionado se podían añadir otros muchos, confesados desde el pesimismo que proporciona el fracaso vivido en persona o en grupo con intensidad: Requiem por el maestro ha sido algo más que un título individual para convertirse en una especie de movimiento. Es, por tanto, posible hablar hoy no sólo del fracaso escolar de los alumnos sino en gran medida del maestro. Y eso aun constatando los movimientos pedagógicos que dignifican la figura del maestro en nuestros días y el entusiasmo de los maestros o educadores de las actuales pedagogías de vanguardia.
Y dentro de este campo sólo me referiré al dato que personalmente me ofrece más tristeza: la situación de los profesores que pierden su ilusión y que abandonan esa su apasionante tarea de otro tiempo. Al leer las razones -o los sentimientos- que les han empujado a perder aquel entusiasmo de los comienzos no pude por menos de recordar la encuesta que apliqué en los primeros números de AFDA a los alumnos que comenzaban sus prácticas en los estudios de magisterio. Regresaban a la clase de la universidad después del contacto primero con la enseñanza llenos de entusiasmo. Cierto que el contacto de las prácticas era limitado en muchos sentidos, pero todos pensábamos que era el germen de una ilusión que tomaría cuerpo -y alma- con los futuros años de práctica educativa y docente.
Hay quien pretende explicar este fracaso docente debido a las dificultades nacidas y crecidas en el ambiente educador: los alumnos son cada día personas menos interesadas en la tarea escolar, y, en lugar de colaborar en ella, la dificultan y las relaciones con ellos se tornan de año en año más difíciles, cuando no imposibles: la realidad del aula viene a ser en ciertos ambientes (casi siempre se habla de los centros públicos) la antítesis de lo que se exponía -y se expone- como teoría educativa deseable, cuando no ideal. Y ello cuando el interés de los alumnos no sólo es indiferencia, sino en hostilidad, incluso violencia. El aula-clase es, en estos casos, más bien un campo de batalla que un ámbito de trabajo agradable y compartido. Y hay docentes que se convencen de que su vida no debe desarrollarse en un ambiente de hostilidad, por lo que o bien dejan el ámbito escolar o permanecen en él, pero en otras tareas en las que las relaciones personales sean menos comprometedoras.
A esto hay que añadir el poco aprecio social del magisterio, especialmente de muchas familias, la dureza del trabajo o la desproporción entre la enorme tensión psicológica desarrollada y la escasa aceptación percibida. Y si hay profesiones -o vocaciones- que requieren trabajar con estima y reconocimiento, una es el profesorado. Pero no hay que buscar el malestar ni el “fracaso docente” fuera de la escuela, sino en su entraña misma. Los propios docentes, invitados por currículos de contenidos devaluados se contagian de uno de los hábitos docentes más frecuentes: “el fomento del facilismo” y el “culto a la ignorancia”. Hay quien se queja de que la escuela no enseña a pensar a sus alumnos; y el activismo que domina en las aulas “desanima” también a los profesores. Y es a estos, y por supuesto a los alumnos, a los que afecta el facilismo y la falta del esfuerzo. En parte porque no quieren esforzarse y en parte “porque no lo necesitan”. Como alguien ha escrito recientemente (refiriéndose no a la educación, sino a la prensa y a los efectos de su lectura: “Pero nosotros hemos perfeccionado todo: ya no necesita el ciudadano saber leer; se le da todo digerido por oídos e imagen; se le da, incluso en los momentos en los que ni se da cuenta de que está siendo aleccionado” (G. Albiac, “No, escribir no es llorar”, en El Debate, 13 de marzo de 2024). Es la queja de un profesor universitario jubilado, pero no jubilado intelectual. Esperemos que espejos culturales y educativos, como el del Informe Pisa, o las palabras de los intelectuales críticos reflejen sobre los profesores imágenes que los saquen de ese facilismo nefasto y los empujen a salir de esa crisis que genera este nuevo “fracaso escolar”.
Teódulo GARCÍA REGIDOR
DIDÁCTICA
En nuestra Escuela, con Juan Amós Comenio,
entendemos por Didáctica:
"el artificio fundamental para enseñar todo a todos,
enseñar con solidez, no superficialmente,
no con meras palabras"
(16) EDUCAMOS: PALABRA Y EJEMPLO
Para crear personas
Hay épocas en los pueblos en las que predomina el pensamiento sobre la afectividad y la voluntad de hacer, como ocurrió en la Grecia clásica de Pericles, siglo V a. C. y en el Renacimiento en la Europa del siglo XVI. Se trata solo de predominio.
En otras predomina el hacer, el bienhacer o el malhacer, las obras, el trabajo, el silencio laborioso, como ocurrió en el Medievo de las cruzadas y los monasterios, del románico y del feudalismo.
En otras predomina, sobre la lógica del pensar riguroso y cualquier posible voluntarismo humano, la sensibilidad, la afectividad, la superficie y piel de las cosas y la blandura y lo efímero de las personas que no quieren problemas y aspiran solo a sentirse felices. En este momento de la historia actual de Europa y, quizá, del mundo es en el que estamos.
La Escuela ha de conocer estos tres predominios, saber en cual de ellos transitan sus alumnos y profesores hoy y actuar en consecuencia, si quiere ser de verdad Escuela para la vida (Non scholae sed vitae discimus, Séneca).
En todo tiempo puede la Escuela entregarse a barnizar la piel intelectual de sus alumnos. Bastará que les pase información suficiente sobre las materias de sus estudios, de forma que se defiendan bien en los exámenes inevitables. Conocerán la “literatura” de cada materia de estudio, aunque no hayan llegado a interesarse por sus raíces y fondos propios. No importa. Las calificaciones pueden resultarles hasta brillantes. La actitud de estos alumnos no pasará de defensiva. Se han defendido suficientemente bien patinando por una deslizante pista de superficie sólida. Conocen la táctica. En ningún momento se han propuesto la conquista de nada, ni en literatura, ni en filosofía, ni en ciencias, ni en matemáticas... Sobreviven como estudiantes y puede que hasta sobrevivan bien y la vida les sonría (1).
Puede que la Escuela opte por ser práctica, por la eficiencia ante la sociedad a la que se debe y se entregue con formidable empeño en preparar a sus alumnos para la vida laboral que les espera como posible: les prepara para los exámenes en primer lugar y les mete a presión, en segundo lugar, los conocimientos que han de servirles en el desempeño de su futuro trabajo ya definido: matemáticas, ciencias, tecnología… Se ha desentendido del hombre portador de valores eternos y del “zoon politikon” de Aristóteles. Será una ficha que juegue bien su individual tabla de ajedrez, pero sin levantar el vuelo en lo que tiene de ángel y de servidor del bien común: un candidato al tedium vitae.
A nuestra Escuela le mueve el misterio y la maravilla de la persona que acude a ella, los altos valores intelectuales a los que sirve, la Cultura y la Ciencia de siglos que ha de transmitir, el sentido social de la vida, el pensamiento, la pasión y lo mucho que hay que hacer en los meros cuatro días de nuestro paso por la Tierra al servicio de Dios y de su Reino.
Y esto aunque en el entorno predomine el pensamiento y el orbe de las ideas, la voluntad de ser eficaces aquí y ahora, de dominar, o el superficial mundo de la imagen, de las sensaciones y de la búsqueda de la felicidad.
(1) Conocí un texto de filosofía del viejo bachillerato de los años 70, 6º curso, Ed. SM, que esterilizaba a los alumnos para la filosofía, pero por su claridad didáctica, les preparaba para “defenderse” de manera precisa en los exámenes.
CUR
Maestro. Profesor de Escuela de Magisterio
Emérito UCJC
Pedagogía que me ha marcado de por vida
Patriotismo intelectual
De nuestros vecinos los franceses nos venía a los discípulos de La Salle buena parte de su espíritu cartesiano, predominio de la mente, amor a los ordenamientos, espíritu geométrico. A nuestro talante español estas plantillas venían a sernos carriles para las alas de nuestro joven tren de alta velocidad.
Al culminar los tres últimos años de nuestro magisterio nosotros ya sabíamos de dónde veníamos, cuál era nuestra patria, de quién éramos herederos: del Antiguo y del Nuevo Testamento, de la Patrística y del Medievo cristiano... Más inmediatamente, de los formidables Siglos de Oro españoles. Íbamos a empezar nuestro magisterio con tal herencia a nuestra espalda. Nada menos. Salíamos a dar clase a niños de siete años. Hasta en la vibración de nuestra voz habría de resonar tanta nobleza y grandeza como nos acompañaba.
Se nos había contado la parábola de la gaita y la lira. Y en el tema de España esta era nuestra opción: la que hubieran tomado la reina Isabel la Católica, Cisneros, Quevedo o Calderón de la Barca.
Nosotros, en el tema de la patria habíamos de optar por la lira, que canta la inteligencia, tras escuchar la parábola. Nuestro puesto quisimos que estuviera en el polo opuesto de lo telúrico, no en lo sensible sino en lo intelectual. Lo sensual dura poco, nos dijeron. Era cierto. Nos resolvimos a plantar nuestros amores patrios no sobre los campos que han visto marchitarse tantas primaveras, sino a tenderlos hacia el ámbito eterno donde canta la inteligencia su canción exacta.
Que calle la gaita y que suene la patriótica clásica lira de nuestro Garcilaso, renacentista, intelectual, geometría, número y medida, jerarquía, orden... sobre nuestro horizonte de maestros.
Carlos Urdiales Recio
Maestro. Profesor de Escuela de Magisterio
💥ESTILO💥 💥ESTILO💥
Apuntes que tomamos cuando éramos estudiantes
de la Escuela de Magisterio (1961 y ss.)
y conservan su nervio o lo depuraron.
¿De dónde tomé yo estas notas? ¿De don Manuel García Morente? Por su claridad y pensamiento parecen suyas. El caso es que las hice mías, las hicimos nuestras. A uno de los nuestros en su centro educativo le llamaron “el hombre del estilo”. Muchos de los nuestros lo merecieron. Lo siento, no anoté la fuente.
15 EL ESTILO
El hombre es, a diferencia del animal, el inventor y autor de su propia vida -y el responsable de ella-. Esto quiere decir que, cuando hacemos algo -y vivir es siempre hacer algo-, imprimimos a todo lo que hacemos, a nuestros actos y a las cosas que nuestros actos producen, una determinada modalidad peculiar que la naturaleza misma no nos enseña, sino que se deriva de nuestra personal participación en el espíritu de la inmortalidad.
Así, cada uno de nuestros actos y cada una de nuestras obras puede considerarse desde dos puntos de vista: como medio para conseguir y obtener un determinado fin y como expresión de un conjunto personal de preferencias absolutas.
Toda casa-habitación ha de tener un tejado y unos muros o paredes. Hay, pues, estructuras de los actos y de los productos humanos que encuentran su explicación y razón de ser en el principio de finalidad. Pero la aplicación del principio de finalidad no puede llegar a lo infinito. Hacemos un acto para lograr un fin; el cual, a su vez, lo deseamos para el logro de otro fin; el cual, a su vez, nos lo hemos propuesto como medio para la obtención de otro fin.
¿Seguiremos así indefinidamente? No. No es posible. Tenemos que detenernos. ¿Dónde nos detendremos? Nos detendremos en cierta imagen, en cierto pensamiento, que cada uno de nosotros lleva en el fondo de su corazón acerca de lo que es absolutamente preferible.
Ahora bien, este conjunto de pensamientos o imágenes de lo absolutamente preferible adopta en cada uno de nosotros la forma de una personalidad humana; es la imagen ideal del ser humano, que quisiéramos ser; es la imagen del hombre absolutamente valioso, infinitamente «bueno», del hombre perfecto.
Esa imagen transcendente e inmanente al mismo tiempo, esa imagen invisible, pero presente en todos los momentos de nuestra vida, ese nuestro «mejor yo», que acompaña de continuo a nuestro yo real y material, está siempre a nuestro lado, en todo acto nuestro, en todo esfuerzo, en toda obra; e imprime la huella de su ser ideal a todo lo que hacemos y producimos. Esa huella indeleble es el estilo.
Y así, en todo acto y en todo producto humano hay, además de las formas o estructuras, determinadas por el nexo objetivo de la finalidad, otras formas o estructuras o modalidades, por decirlo así, libres, que vienen determinadas por las preferencias absolutas residentes en el corazón del que hace el acto y produce la obra.
Estas modalidades, que expresan la íntima personalidad del agente y no la realidad objetiva del acto o hecho, son las que constituyen el estilo.
Por eso decía muy razonablemente Buffon, que el estilo es el hombre. Pero esta fórmula necesita aclaración. Porque «hombre» puede tomarse en dos sentidos: en el sentido real o natural del hombre que efectivamente y naturalmente somos, con todas las limitaciones de la carne, del pecado, de la «naturaleza» humana; y en el sentido ideal, estimativo o moral del hombre que quisiéramos ser, de la imagen o modelo en que nuestra mente cifra todo el conjunto de lo que nuestro corazón considera como absolutamente preferible.
Este otro «mejor yo», que en nuestro yo real reside, es el que inconscientemente se abre paso a cada instante en nuestro obrar -o sea en nuestro vivir- y pone su firma en todo cuanto hacemos. Esa rúbrica de nuestro más íntimo y auténtico ser moral es el estilo. Por eso, todo lo que el hombre hace tiene estilo.
Tiene estilo, porque, además de estar determinado por aquello para que sirve, está configurado por la invisible presencia y actuación de ese «mejor yo», que condensa en una persona humana ideal -invisible y presente- nuestras más profundas y auténticas preferencias.
Carlos Urdiales Recio
Maestro. Profesor de la Escuela de Magisterio La Salle
EL VALOR PRESENTE EN LA NATURALEZA
Talante saleroso, talante con sal
Lo que tengo aquí delante, este montoncito blanco, es mineral. Se llama sal. En Química se le da el nombre de cloruro sódico. Es cloruro sódico. La verdad es que yo no sé si se trata de sal marina, que nos viene del mar, o si es sal gema, arrancada de una mina de sal en tierra.
La sal les cae bien a todos los mortales. Nadie admite que le nieguen el pan, pero tampoco la sal, que se le niegue el pan y la sal.
El trabajador por cuenta ajena, a final de mes cobra un salario, que en los orígenes era precisamente una entrega de sal.
Una persona con buena sombra que derrama a su paso por la vida gracia y galanura es una persona salerosa.

La sal cura, impide la putrefacción… tiene mil aplicaciones. Hasta la vemos en el habla, en los andares y en muchas maneras muy diversas de mostrarse uno vivo.
ECHA A REDACTAR CON FRASES CORTAS Y ORACIONES SIMPLES
📙💻 La pantalla nos mira en silencio. Estamos empezando. Somos meros aprendices. Aprendemos a redactar. Lo nuestro son los sorbitos, la frase corta, el parpadeo.
📙 💺Que sobre la pista de tus redacciones frenen y quemen y echen humo sus ruedas solo las oraciones simples.
⛪📗Mientras tecleas, que solo se escuchen los zarpazos de la poda, el prescindir de ramajes, la caída de palabras que sobran.
⛪🏰Y mejor si solo empiezas a teclear cuando la lluvia baile en el cristal y lo que observaste resbale de tu cristalino como gotas. Antes, no.
🏭Tu frase, la huella de las aves rápidas, que se detienen brevemente en la mente y dejan la estela de su posarse por sorpresa.
⛵🏭Como si te dictara Azorín o el denso Gracián: tus frases, sentencias delgadas y breves, una sola idea, no más, un solo pensamiento. Ya vendrán más adelante, los fuegos artificiales de la lengua escrita.
⛪ Deja que el reloj avance. Espera que en los edificios que están mudos y son testigos de mil historias suene su hora de fiesta. *** Di los suficiente, lo imprescindible. En el circo de la redacción que empieza el arte está en decir lo que se quiere y hacer que cada frase sea el acróbata que desafía con su sencillez la gravedad del lenguaje.
💻 💻 💻
Tu travesía por el Sistema Redacta, empréndela a pie
a lo largo y ancho del feliz sendero de su sistema de oro:
patina sobre nieve helada por cada carril,
instálate en los tres enfoques por algún tiempo
y sumérgete, luego, en las profundidades de las interiorizaciones.
Renuncia a la búsqueda de atajos y permite
que en cada etapa salte un surtidor de descubrimientos.
📙📙 📙📙 📙📙




















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