120 Magisterio. Aprender a leer (III)

 


 

Aprender a leer (III)


Aprender a leer la Biblia

De nuevo Ezequiel, p.e. 


¿Alguien lee al profeta Ezequiel y, si sabe lerlo, no percibe un insistente y apremiante anticipo en él de la petición del padrenuestro con la que deseamos que “santificado sea tu Nombre”, el de Dios?

Esto dice el Señor: No lo hago por vosotros, casa de Israel, sino por mi santo Nombre, profanado por vosotros en las naciones a donde fuisteis (…) sabrán los paganos que yo soy el Señor, cuando les muestre mi santidad entre vosotros” (Ez 36, 22-24).

Y, por contra, desde nuestro rezo del padrenuestro ¿no nos suena de fondo el recuerdo del profeta Ezequiel ben Buzí, que busca ante todo y sobre todo la primordial gloria de Dios de que él, contemporáneo del profeta Jeremías, fue abanderado en su tiempo?

A lo mejor es que, si hemos leído la Escritura y nos hemos detenido en el libro del profeta Ezequiel, no hemos sabido leerlo, no habíamos aprendido. De saberlo habríamos advertido que en Ezequiel es vehemente, violento y hasta una verdadera locura su deseo de la gloria de Yahvé, de su santo Nombre.

"Los acrecentaré y pondré entre ellos mi santuario para siempre. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Y sabrán las naciones que yo soy el Señor que consagra a Israel, cuando esté entre ellos mi santuario para siempre” (Ez 37, 27-28).

 

Habrá podido ver el lector que aprendió a leer la Escritura que para este profeta desde su exilio la historia de Israel no se detiene ni se cierra sobre sí misma, sino que se inserta en un fuera que engloba la humanidad entera. 

En el exilio, el profeta ha visto claro que Yahvé que moraba
en Sión, sigue habitando y estando donde está su pueblo ahora disperso y nos está apuntando, quizá mero barrunto en él, a
“su santuario para siempre” que será, siglos más tarde Jesús, el Hijo de Dios, y tras su vida terrena, la Santa Iglesia Universal, su Cuerpo Místico de que él es cabeza.

Carlos Urdiales Recio


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