127 Al encuentro de lo sagrado



       
LA PERLA DE SAN EFRÉN EL SIRIO (I)



Este es un tema recurrente nuestro (recurrĕre 'volver corriendo').

Nos apremia y angustia la pérdida del sentido de lo sagrado. Es un hecho.


Quizá el encontrar hoy el sentido de lo sagrado presente y dormido en la cosas, santas y profanas, nos exigiría el volver al Evangelio, a la Biblia, a las grandes obras de la literatura mundial y española, etc. y leerlas con ojos que no son los de hoy.

A los actuales ojos, incapaces de ver el frescor del alma de las cosas, les falta el vigor y la agudeza de otros tiempos. Patinamos sobre las cosas, sin penetrar dentro de ellas. Es la definción que nos daba Orizana del Romanticismo: “una reacción sentimental frente a las cosas, sin penetrar dentro de ellas”. El Romanticismo del XIX sigue vigente en el XXI.

Hoy apenas si hay huella en nuestro lenguaje e incluso en nuestras mentes del terror sacro y de la fascinación que maravilla y arrebata al descubrir el alma sagrada de la realidad que somos o nos rodea. Ni en el lenguaje, ni en los hábitos ni en las costumbres sociales y menos en las leyes aparece lo sagrado.

A lo mejor hemos de recurrir a que nos presten sus ojos y sus oídos los contemporáneos de Jesús, que tuvieron la fortuna de escuchar de los labios de Cristo maravillas como aquella que comparaba nada menos que el Reino de Dios a una perla ...

Hoy no nos deslumbra la imagen evangélica de la perla. Es que hemos perdido vista y oído ...

A lo mejor habríamos de volver a los primeros cristianos. A un San Efrén, el sirio (siglo IV), maestro y poeta, clérigo de menores, doctor y padre de la Iglesia, “arpa del Espíritu Santo”, y volver a leer con él los cinco himnos que dedicó a la perla del evangelio, que nosotros guardamos en el cofre de los recuerdos, bajo doble llave, escondida en un rincón del evangelio de San Mateo (Mt 13,45).

San Efrén se entusiasma leyendo a San Mateo, escuchando al mismo Jesús, cuya voz aún le resuena como recién pronunciada y rompe en un himno que inicialmente dice:

      

Una perla, hermanos míos,

tomé en mis manos un día.

Vi en ella los símbolos del Reino.

Imágenes, figuras de la Majestad aquella.

Se convirtió en una fuente,

y de ella bebí los símbolos del Hijo.

¡Bendito Él ,

que comparó a una perla el Reino de la Alto!


💎💎💎


La puse, hermanos míos, sobre mi mano abierta,

a fin de contemplarla.

Fui a mirarla de un lado,

¡y era todo rostro por todas partes!

Igual que en la indagación del Hijo inescrutable,

¡toda ella era luz!

¡Bendito Él ,

que comparó a una perla el Reino de la Alto!


💎💎💎


En aquella claridad suya vi al Limpio, Inalterable;

y en su pureza, un gran símbolo:

el cuerpo de Nuestro Señor, inmaculado.

En su simplicidad vi la Verdad, indivisible.

¡Bendito Él ,

que comparó a una perla el Reino de la Alto! (1)


💎💎💎


CARLOS URDIALES RECIO

Maestro. Universitas Lateranensis

Emérito UCJC

(1) Texto de San Efrén: gentileza de Francisco Javier Martínez Fernández, 

arzobispo emérito de Granada, que nos lo tradujo directamente del siriaco. 


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