LA PERLA DE SAN EFRÉN EL SIRIO (II)
Prosigue su canto.
Cantamos con él el himno LXXXI que iniciamos en AFDA 127.
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Vi allí a María,
y al fruto puro en su seno. Vi a la Iglesia,
y al Hijo en medio de ella. Vi una imagen de la nube
aquella que le llevaba. Vi un símbolo del cielo,
del que irradiaba un precioso fulgor (1).
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En las tres estrofas anteriores la perla era la sagrada Humanidad de Cristo. La traspasaba la luz de Dios.
En esta cuarta estrofa San Efrén se abre a otras realidades tangibles portadoras de la Divinidad: la Gloriosa en cinta, portadora en su vientre de un fruto bendito y puro, de Cristo, Hijo de Dios; la Iglesia Santa de Cristo, que nos prometió:“estaré en medio de vosotros hasta la consumación de los siglos”; la precursora y adelantada nube del Ex 13, 21, impenetrable y oscura y a la ratos luminosa que nos acompaña a través del desierto con su precioso fulgor.
Vi en ella los emblemas del Hijo: los de su hazañas
y los de sus coronas. Vi el poder de su auxilio,
y sus riquezas invisibles
y visibles. Y creció en mí
más que el arca, con la que yo me había embelesado (1).
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La perla que tiene en sus manos San Efrén le brilla y le desprende símbolos diversos. Su mirada se clava en uno que le tiene entusiasmado: el arca de Noé. Su perla es muy superior. Con ella se empieza un mundo nuevo, una Nueva Alianza. Si el arca fue una perla en el diluvio y tras el diluvio, más lo es la perla del evangelio, rica por lo que se ve en ella y revela y rica por lo invisible que oculta y encierra como perla que es: El Reino de los Cielos se parece a una perla preciosa… (Mt13,45)
Tras el diluvio y el arca, el fulgor y los colores del arco iris. Tras el emblema del Hijo, la perla preciosa y sus brillantes riquezas, visibles e invisibles.
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Arrulla la trompeta, susurra el trueno:
“¡No seas presuntuoso! ¡Deja las cosas ocultas,
quédate con las reveladas!”. Yo vi en el cielo claro
otra lluvia, un torrente del cual, como de una nube,
se llenaron de alegorías mis oídos (1).
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En su silencio luminoso la perla se le hace a San Efrén una trompeta que clama con voz de arrullo contra las pretensiones de conocer el misterio oculto y escondido, de comprender el inescrutable ser de Dios. Sería una presunción. Basta lo mucho que se nos dice y revela. Un cielo de alegorías brilla como las estrellas que vemos en la noche y atruenan nuestros oídos en cascada luminosa.
La nube que ve San Efrén ¿es como la del profeta Elías, que sube del monte Carmelo y señala el fin de una larga sequía de años?



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