LA PERLA DE SAN EFRÉN EL SIRIO (III)
Prosigue su canto.
San Efrén, el Sirio, el “arpa el Espíritu Santo”, que un día tomó en sus manos la perla de que nos habla el Evangelio, sigue viendo en ella múltiples símbolos del Reino. Clava sus ojos en su brillo y, de pronto, recuerda el maná que empezó a alimentar a los hebreos salidos de Egipto, mientras atravesaban el desierto del Espino, entre Elim y el Sinaí. Con lo que se anunciaba el “panis angelicum” cristiano, Israel se alimentó durante cuarenta años, hasta atravesar la frontera de Canaán (Ex 16, 1 y 35). Le parece a San Efrén que aquel maná que cada mañana les llovía del cielo a los hebreos, “manjar de ángeles, mil sabores, a gusto de todos, que se convertía en lo que uno quería” (Sab 16, 20-21) era el avance de la perla que tiene ahora en sus manos. Prosigue su canto del himno LXXXI.
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Como el maná, que por sí solo
satisfizo al pueblo, con sus diversos sabores,
en vez de otros manjares, así me llenó a mi
la perla, en vez de los escribas (1),
y sus lecciones y sus explicaciones.
(1) San Efrén llama escribas
a los parleros arrianos que tenía en frente.
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Y al preguntarle yo si, por un acaso,
habría otros misterios, ni tienes boca
para que yo la oiga, ni oídos
para oírme. ¡Perla sin sentidos
de la que yo adquirí sentidos nuevos!
La perla no tiene boca que hable. Guarda silencio. Si le preguntamos, no escucha. Pero es toda ella palabra hermosa. Nos habla de Cristo. Es toda ella Palabra de Dios. Solo su presencia le abre a San Efrén dimensiones nuevas del Misterio cristiano.
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Me respondió diciendo: “Yo soy la hija
del mar sin límites. Pues bien: más grande
que ese mar del que ascendí, es el tesoro de símbolos
que hay en mi seno. ¡Explora el mar,
pero no explores al Señor del mar!
La perla muda, que todo lo dice con solo ser perla, rompe a hablar en esta estrofa . El tesoro de sus símbolos es grande, más grande que el mar. Habrá que buscarlos en su seno, en su adentros, zambulléndose en ella. Encontrarlos nos hará ricos. Están a nuestro alcance. Pero lo que no está a nuestro alcance es la esencia inescrutable de Dios. Ahí nos detenemos. Los brazos de nuestro entender humano no lo abarcan. Nos remite el santo poeta y pensador del Deus Absconditus.
(1) Texto de San Efrén: gentileza de Francisco Javier Martínez Fernández,
arzobispo emérito de Granada, que nos lo tradujo directamente del siriaco.


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