DIÁLOGO DE PASTORAS
-
¿Dónde ha ido tu marido,
Aurora que no lo veo?
- Pues a Belén, hija mía,
con un montón de borregos.
- ¿Y ha dicho que n lo esperes?
- Solo ha dicho que hasta luego.
- ¡Vaya, caray, como el mío!
Estos de han puesto a acuerdo.
-¿Y quién es esa Mujer
que les trae el retortero?
- Una Virgen recental,
que es la Madre del Cordero.
- Déjate de tonterías
y habla claro y por derecho.
- Es que estaba escrito así,
según mi dijo mi Aurelio.
- Entonces no les des vueltar,
anda y vamos a por ellos.
- ¿A buscarlos y de noche,
sobre la escarcha y el hielo?
Claro que sí zagaliña,
que está que se estrella el cielo,
y seguro que el Dios Niño
se halla haciendo ya pucheros.
- ¡Vamos, vamos, y llevémosle
requesón, aceite y huevos.
Apuleyo Soto
En Caminito de Belén
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ANGUSTIA, DESGRACIA, SOLIDARIDAD
Son los ríos, como lo son los montes,
los bosques, los oteros o las playas
elementos de la naturaleza.
Las aguas que la lluvia nos regala
discurren por sus cauces ordinarios
y añoramos su falta o su escasez.
Avanzan por caminos tortuosos,
y al nacer se abren paso en la montaña
entre rocas, peñascos y maleza,
hasta llegar al llano, en que apacibles
se tienden y donde reposados
fertilizan las tierras de ribera
y refrescan y ofrecen alimento
con los peces que albergan o las plantas,
a quien se acerca, animal o humano,
sin distinciones y sin pedirnos nada.
No construyen los pájaros sus nidos
donde pueda abrasarlos el calor,
el viento huracanado derribarlos
o arrastrarlos la fuerza de las aguas;
emigran si se muestra el clima hostil
y regresan cuando este les abraza.
Saben que es necesario respetar
los vientos, las crecidas y avalanchas,
los elementos de la naturaleza,
sus hábitats, sus sendas milenarias.
Nosotros, los humanos, decidimos
hacernos sedentarios, elegimos
cultivar nuestros campos, criar ganado,
y buscamos el terreno más fértil
en la proximidad del río, que se ofrece
generoso, sin pedir nada a cambio.
Llegarse a sus riberas, disfrutar
el frescor de sus aguas y aceptar
la riqueza que nos da sin reservas;
canalizar inteligentemente el regalo
para obtener el máximo provecho;
almacenarlo, interrumpiendo el curso
y la corriente en presas y pantanos,
aun alterando la naturaleza,
es, como en muchas otras ocasiones,
inteligente acción de los humanos;
hacer asentamientos en las márgenes
de ríos, o de arroyos y barrancos,
es peligrosamente temerario
Lo vemos cuando llega la avenida:
crece la lluvia, y de forma inesperada
alimenta los ríos, aumenta su caudal
y las aguas descienden extendiéndose
de forma extraordinaria, por el cauce
que siempre tuvo y seguirá teniendo,
por más que pretendamos ignorarlo.
Y entonces sobreviene la tragedia,
que siega vidas y produce estragos,
y que a quien sobrevive a la catástrofe
le sumerge en la angustia y en el llanto.
Pasada la avenida y una vez
las tormentas se acaban serenando,
es hora de ponerse a la faena
y tratar de salvar cuanto se pueda,
evaluar y reparar los daños,
aunar esfuerzos, mostrarse solidarios,
agradecer la ayuda generosa
de quienes, diligentes y esforzados,
con empatía y generosidad
se aprestan a limpiar, a desbrozar,
y a compartir lo que les es posible,
ya se trate de jóvenes, adultos y hasta ancianos,
que venciendo difíciles accesos
se desplazan desde cualquier lugar
de este país, que, a pesar de los pesares
y aunque haya quien pretenda dividirlo,
es, lo ha sido siempre, solidario.
Es hora de exigir responsabilidades
a quienes prefirieron mirar para otro lado
y permitir que de forma temeraria
hurtásemos al río sus espacios;
a quienes recibieron los informes
sobre obras que había que acometer
para evitar futuros descalabros,
pero de forma incompetente
-cuando no por espurios intereses-
de forma irresponsable los obviaron;
y a aquellos que ignoraron el peligro,
teniendo obligación de prevenirlo,
y por su negligencia o necedad
-o puede que por cálculo político-
no dieron los avisos necesarios.
Ellos, y quienes aceptamos el peligro
que supone poner puertas al campo
y transformar el orden natural
de las cosas para beneficiarnos
somos los responsables del desastre.
No la naturaleza: ni la lluvia
ni el río que recoge la riqueza
de las aguas que generosamente
nos ofrece y siempre demandamos.
Es lamentable que en las mismas piedras
una y otra vez vayamos tropezando.
Inconscientes y torpes nos mostramos
y, desgraciadamente, nunca escarmentamos.
ÁNGEL HERNÁNDEZ EXPÓSITO
Maestro. Doctor en Ciencias de la Educación. Emérito UCJC








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