129 Al filo del alba



        DIÁLOGO DE PASTORAS

            


- ¿Dónde ha ido tu marido,

Aurora que no lo veo?

- Pues a Belén, hija mía,

con un montón de borregos.

- ¿Y ha dicho que n lo esperes?

- Solo ha dicho que hasta luego.

- ¡Vaya, caray, como el mío!

Estos de han puesto a acuerdo.

-¿Y quién es esa Mujer

que les trae el retortero?

- Una Virgen recental,

que es la Madre del Cordero.

- Déjate de tonterías

y habla claro y por derecho.

- Es que estaba escrito así,

según mi dijo mi Aurelio.

- Entonces no les des vueltar,

anda y vamos a por ellos.

- ¿A buscarlos y de noche,

sobre la escarcha y el hielo?

Claro que sí zagaliña,

que está que se estrella el cielo,

y seguro que el Dios Niño

se halla haciendo ya pucheros.

- ¡Vamos, vamos, y llevémosle

requesón, aceite y huevos.

                                                                                                       Apuleyo Soto 

En Caminito de Belén


👑      👑      👑      👑      👑


ANGUSTIA, DESGRACIA, SOLIDARIDAD

Son los ríos, como lo son los montes,

los bosques, los oteros o las playas

elementos de la naturaleza.

Las aguas que la lluvia nos regala

discurren por sus cauces ordinarios

y añoramos su falta o su escasez.

Avanzan por caminos tortuosos,

y al nacer se abren paso en la montaña

entre rocas, peñascos y maleza,

hasta llegar al llano, en que apacibles

se tienden y donde reposados

fertilizan las tierras de ribera

y refrescan y ofrecen alimento

con los peces que albergan o las plantas,

a quien se acerca, animal o humano,

sin distinciones y sin pedirnos nada.

No construyen los pájaros sus nidos

donde pueda abrasarlos el calor,

el viento huracanado derribarlos

o arrastrarlos la fuerza de las aguas;

emigran si se muestra el clima hostil

y regresan cuando este les abraza.

Saben que es necesario respetar

los vientos, las crecidas y avalanchas,

los elementos de la naturaleza,

sus hábitats, sus sendas milenarias.

Nosotros, los humanos, decidimos

hacernos sedentarios, elegimos

cultivar nuestros campos, criar ganado,

y buscamos el terreno más fértil

en la proximidad del río, que se ofrece

generoso, sin pedir nada a cambio.


Llegarse a sus riberas, disfrutar

el frescor de sus aguas y aceptar

la riqueza que nos da sin reservas;

canalizar inteligentemente el regalo

para obtener el máximo provecho;

almacenarlo, interrumpiendo el curso

y la corriente en presas y pantanos,

aun alterando la naturaleza,

es, como en muchas otras ocasiones,

inteligente acción de los humanos;

hacer asentamientos en las márgenes

de ríos, o de arroyos y barrancos,

es peligrosamente temerario

Lo vemos cuando llega la avenida:

crece la lluvia, y de forma inesperada

alimenta los ríos, aumenta su caudal

y las aguas descienden extendiéndose

de forma extraordinaria, por el cauce

que siempre tuvo y seguirá teniendo,

por más que pretendamos ignorarlo.


Y entonces sobreviene la tragedia,

que siega vidas y produce estragos,

y que a quien sobrevive a la catástrofe

le sumerge en la angustia y en el llanto.

Pasada la avenida y una vez

las tormentas se acaban serenando,

es hora de ponerse a la faena

y tratar de salvar cuanto se pueda,

evaluar y reparar los daños,

aunar esfuerzos, mostrarse solidarios,

agradecer la ayuda generosa

de quienes, diligentes y esforzados,

con empatía y generosidad

se aprestan a limpiar, a desbrozar,

y a compartir lo que les es posible,

ya se trate de jóvenes, adultos y hasta ancianos,

que venciendo difíciles accesos

se desplazan desde cualquier lugar

de este país, que, a pesar de los pesares

y aunque haya quien pretenda dividirlo,

es, lo ha sido siempre, solidario.

Es hora de exigir responsabilidades

a quienes prefirieron mirar para otro lado

y permitir que de forma temeraria

hurtásemos al río sus espacios;

a quienes recibieron los informes

sobre obras que había que acometer

para evitar futuros descalabros,

pero de forma incompetente

-cuando no por espurios intereses-

de forma irresponsable los obviaron;

y a aquellos que ignoraron el peligro,

teniendo obligación de prevenirlo,

y por su negligencia o necedad

-o puede que por cálculo político-

no dieron los avisos necesarios.

Ellos, y quienes aceptamos el peligro

que supone poner puertas al campo

y transformar el orden natural

de las cosas para beneficiarnos

somos los responsables del desastre.

No la naturaleza: ni la lluvia

ni el río que recoge la riqueza

de las aguas que generosamente

nos ofrece y siempre demandamos.

Es lamentable que en las mismas piedras

una y otra vez vayamos tropezando.

Inconscientes y torpes nos mostramos

y, desgraciadamente, nunca escarmentamos.


ÁNGEL HERNÁNDEZ EXPÓSITO

Maestro. Doctor en Ciencias de la Educación. Emérito UCJC




No hay comentarios:

Publicar un comentario