129 Amanecer templario

 
     El laberinto enigmático
 del recorrido histórico
                                templario

La Orden de los Pobres Caballeros del Templo de Jerusalén, fue un movimiento vivo, que al igual que el resto de los seres vivos, nació, creció, se multiplicó y murió.

Su objetivo era dual: por una parte, defender a los peregrinos que peregrinaban a la más alejada ciudad de culto cristiano, después de Roma y Santiago, es decir, Jerusalén y por otra parte el conquistarla, costase lo que costase, a sangre y fuego, como ha llegado a nuestro conocimiento, gracias a las crónicas y relatos de la época.

Durante dos agitados y convulsos siglos, fueron alabados, admirados, temidos, envidiados y, por último, odiados hasta el punto de ser acusados, difamados, torturados, juzgados y condenados a morir en la hoguera.


 El hecho de estar nueve caballeros durante nueve años, buscando no se sabe bien qué, en completo secreto místico, al margen de toda obligación y derecho del resto del nuevo Reino Cristiano del Oriente, la dudosa empresa iniciada y los más difíciles resultados obtenidos, hicieron que un halo de misterio les envolviera hasta su reaparición exitosa, gracias al incondicional apoyo de San Bernardo de Claraval.

Todos los nobles europeos, desde los más insignes reyes hasta los últimos señores, se rindieron al encanto de pertenecer a la Orden y vestir el manto blanco con la cruz roja patada.

El encanto que seducía la obtención del perdón de los pecados y la garantía de obtener un sitio junto a nuestro Señor, se convirtió en un fetiche tal, que pocos se resistían a embarcarse en la aventura, aventura que por otra parte arrebató la vida a muchos fieles de un bando y del otro.

Los sarracenos sabían que más pronto que tarde, acabarían plegándose a sus exigencias y al precio de mucha sangre y muchas vidas, acabarían expulsándoles de su Santa Tierra.

La guerra, daba paso a la diplomacia, y al final se acordaron unas medidas de respeto y seguridad a los peregrinos para que pudieran convivir con unas mínimas garantías, tanto cristianos, como judíos y musulmanes.

Lo peor estaba por venir, a su regreso a la corte francesa, donde les esperaban para ajustar cuentas, tanto el rey Felipe, como el Papa Clemente.

Desgraciadamente, no hubo ni piedad ni consideración hacia los templarios, y tras años de persecución, presidio, tortura y quema en la hoguera, con su Gran Maestre, Jacques Bernard de Molay al frente, los templarios desaparecieron, siendo otras órdenes como la de Malta, quienes se beneficiarían de sus bienes, con el beneplácito de la Iglesia de Avignon, primero y de Roma, después.

Lamentablemente la historia se repitió, siete siglos después, con los soldados americanos veteranos que volvían de Vietnam y eran recibidos, no como héroes, sino como asesinos.

En fin, que por pitos o por flautas, la sangre derramada es siempre la de los inocentes y mientras muchos soldados mueren en el campo de batalla, los generales, reyes y mandatarios, suelen morir en su cama.

Gloria eterna a todos los hermanos que dieron su vida por causa tan noble.


José María Casillas Gómez

                    Economista 


 

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