129 Camilo José Cela

 

 RELACIONES DE GÉNERO EN LA NARRATIVA CELIANA                                                           
                                                     HETEROSEXUALIDAD 
             
                     Fidelidad e infidelidad (II)

Sobre la debatida cuestión de si es la monogamia la situación natural en la pareja humana, leemos en “Tobogán de hambrientos”: No es verdad eso de que la especie humana sea monógama; lo que pasa es que la poligamia es cara y está mal vista. Más rotunda, si cabe, es la reflexión que se hace en “Oficio de tinieblas 5”: el cuerpo habitado por la salacidad satisfecha vive lozano y en sosiego y aloja un alma abierta a la convivencia misericorde de todos los demás cuerpos o de todos los demás cuerpos menos uno amparado por la ley soberbia el celibato la monogamia del hombre la monandria de la mujer son frutos en cuyo cuesco se guarece la culebrilla que desimanta la brújula no hay animales célibes ni monosexuales, la discriminación entre heterosexuales y homosexuales no pasa de ser un arbitrio policiaco no válido sino en los usos de los países atenazados por la crueldad administrativa. Norberto, con dos mujeres, y Gertrudis, con dos maridos, están en clara consonancia con estos principios.


Una vez más aparecen rasgos claramente machistas, al considerar a la mujer como naturalmente fiel -Laurita tiene un directo, un inmediato concepto del amor y de la fidelidad- y al hombre naturalmente infiel: el adúltero que vive con su esposa está menos propenso a necesitar tratamiento clínico psiquiátrico que el adúltero que vive solo y no tiene quien le seque la espalda al salir de la ducha el hombre es animal muy delicado y frágil y la mujer se obstina en idealizarlo es una velada forma de homicidio. En muy mal lugar se deja en “Cristo versus Arizona” al varón, con menor sensibilidad y sentido de fidelidad hacia la esposa que la que los machos muestran hacia sus hembras: un coyote es capaz de cruzar el desierto en busca de una hembra, un perro sabe esperar moviendo el rabo a que otro perro acabe de montar a la perra, y un hombre lo mismo puede matar con ira que sentarse con sosiego en una silla baja y cascársela o leer el periódico mientras un forastero se da un refocilo con su esposa.


La mujer enamorada, aunque en alguna ocasión coquetee y le guste que le regalen los oídos, sabe mantenerse fiel a su esposo. Concepción Castillo López, mujer de Ángel Estévez, es joven, menuda y con una carilla de pícara que la hacía simpática y presumida y pizpireta como es fama que son las madrileñas. Mira con descaro al caballero que trata de cortejarla, habla con él, pero tan pronto como se pone a tiro le demuestra que con ella no había nada que hacer, ni de ella nada que esperar. Estaba enamorada de su marido y para ella no existía más hombre que él; fue una pena –lamenta-, porque era guapa y agradable como pocas, a pesar de lo distinta que me parecía de las mujeres de mi tierra.


Claro compromiso de fidelidad, el de la esposa que, teniendo a su marido en la guerra, le guarda la ausencia y rechaza las pretensiones que recibe: por favor repórtese y no se propase espere a que mi marido muera en la guerra la verdad es que ya falta poco para que mi marido muera en la guerra domine su instinto refrene su homenaje se lo agradezco de todo corazón pero todavía no es tiempo aún ayer recibí carta de mi marido. Compromiso que se espera siempre de la mujer, al margen de los devaneos del esposo, ‘más comprensibles’. Doña Teresa está todavía de muy buen ver y es toda una señora, una verdadera señora, bien merece que la atiendan, ahora lo que hace falta es que el señor Barcia la respete, el señor Barcia es buena persona no lo dudo, pero un poco pellejo […] ¿Que el señor Barcia tiene algún devaneo?, debemos disculparlo, el señor Barcia no estaba obligado a guardar fidelidad a nadie, otra cosa será de ahora en adelante. Fidelidad que se extiende incluso más allá de la muerte del esposo o del amante. Las señoras casadas llegan a verdaderas divinidades en el viejo arte de guardar ausencias a sus maridos, cada una a su peculiar manera. La negra María del Aire no había vuelto a entrar en el conuco, desde la muerte del caporal Feliciano Bujanda. Es posible que le latiese, vaya el diablo a saber en qué cruz de sus carnes, un último y cachondillo resto de fidelidad. Y la india María, después de dar sepultura al indio Consolación, en un último gesto de respeto, con un hijo a la espalda y otro a cada mano, se alejó de La Boba dejando atrás y ya perdido, el tiempo que fue feliz con el indio Consolación al lado, con el indio Consolación encima. Antes de irse, pegó candela al ranchito, se sentó a verlo arder y no se fue hasta que se llevó el viento el último humo de la fogarera. No puede decirse lo mismo de la viuda del chófer Juan Sánchez: ignora que está viuda, le pondrá los cuernos al muerto porque no sabe que está muerto. Tampoco de doña Onofre, quien jamás dio un escándalo, su marido se fue para el otro mundo sin que nadie le llamara cornudo; claro que fue así porque lo del canónigo don Sebastián no llegó a trascender.


Mujer fiel fue doña Engracia, muy leal a pesar de las infidelidades de Agustín. Desde que viven juntos no ha permitido la menor insinuación a nadie, del Agustín no podría decirse lo mismo. […] Lo que le pasa al Agustín es que es un vivalavirgen, ¡mucho va a tener que reeducarlo la Engracia! Fiel es la novia de ‘tuprimo’, que cuando el verdugo sale a trabajar a provincias se cubre la cabeza con un manto de color morado y se pone una severa dieta de pan y agua hasta que el verdugo regresa, después cae en sus brazos y le lame la piel y el traje y las prendas interiores. Aunque don León no es fiel, siempre es un detalle que, estando en la cama con su amante tenga un recuerdo para doña Matilde; después se acuerda de la Hebrea y después se duerme.


                                 ÁNGEL HERNÁNDEZ EXPÓSITO

         Maestro. Doctor en Ciencias de la Educación

y estudioso de Cela. Emérito UCJC

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