HERÁCLITO
"el filósofo tenebroso y llorón”
Se piensa que ya a finales del siglo VI a. C. Heráclito de Éfeso deambulaba por la polis compartiendo su sabiduría. También podría pensarse que compartía su mala leche. Entre sus célebres opiniones, recogidas por Diógenes Laercio en su obra Vidas y opiniones de los filósofos ilustres (s. III), se encuentra la afirmación de que “la erudición no enseña a tener entendimiento. Pues, en ese caso, se lo habría enseñado a Hesíodo y a Pitágoras, y también a Jenófanes y a Hecateo”. También le atribuye haber dicho que “Homero merecía ser expulsado de los certámenes y apaleado”.
Conocido también su desencanto por la vida adulta y sus asuntos, se dedicaba a jugar a las tabas con los jóvenes de la ciudad. Esto despertó asombro entre la clase adulta de Éfeso, que le rodearon para increparle, a lo que Heráclito respondió: “¿De qué os sorprendéis, gente ruin? ¿Acaso no es mejor hacer esto que gobernar la ciudad en vuestra compañía?”
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Escuela de Atenas Heráclito por Rafael Sanzio |
“Fue extraordinario desde su infancia”, nos dice Diógenes; “Cuando era joven afirmaba no saber nada; pero al hacerse adulto, que lo sabía todo”. Lo cierto es que Heráclito dejó para la posteridad una serie de aforismos cuya influencia en la historia del pensamiento es incalculable. Él creía en el fuego como arjé del cosmos: del fuego nace todo y en el fuego se consume. La naturaleza se manifiesta como una pugna entre contrarios, en un fluir constante, donde lo único permanente es el logos, que hay detrás del cambio. El logos es el discurso de la naturaleza, donde encuentra su razón el cambio y la pugna. Así como el Verbo, el logos es ley, y su espada ejecutora es el fuego.
Diógenes nos cuenta cómo terminó sus días nuestro filósofo misántropo. Apartado en el monte y viviendo en soledad, se alimentaba únicamente a base hierbas y verduras. A cuenta de esto enfermó de hidropesía, y decidió volver a la ciudad, “donde comenzó a preguntar enigmáticamente a los médicos si podían obtener sequedad a partir de un exceso de agua”, y si “alguno podría extraer la humedad vaciándole las tripas. Y como ellos dijeron que no, se tendió al sol y ordenó a sus esclavos que le taparan con un montón de estiércol. Así se quedó tumbado y murió al segundo día y fue enterrado en el ágora. Neantes de Cícico, en cambio, cuenta que, no pudiendo despegar de él las boñigas, quedó bajo ellas y, como no se le pudo reconocer a causa de tal transformación, fue devorado por los perros”.
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Πάντα ῥεῖ Nadie se baña dos veces en el mismo río |
Nicolás Arnell León
Universidad de Málaga





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