130 Al filo del alba

TEATRILLO DE LOS TRES MAGOS


Los Reyes-Reyes Magos

llegaron a Belén.

Bajaron del camello

por su pro-propio pie.

Jesús en su Palacio

les dijo:

-¿Qué queréis?

(No era, no, un palacio.

Era un Portal más bien).

-Queremos ofrecerte

oro, mirra, incienso y miel.

El Buey y la Mulita

respondieron:

-¡Ay, qué bien!

José, serrando un cedro,

se puso muy contento.

María, que los vio,

salió y se constipo,

¡hipihip, hipihop!

Jesús, de la emoción

miró, calló y durmió.

Los Reyes-Reyes Magos

volvieron al Oriente,

y de este hermoso viaje

yo he sido su escribiente.


APULEYO SOTO PAJARES

Maestro, poeta, periodista, juglar

                   

 
                


                                                              

   SEAMOS SOLIDARIOS     


                                       Hacia el final del estío,

las aguas, con el calor, a otro cielo habían huido.

Los ríos eran arroyos y los arroyos regueros;

las fuentes débiles, yermas, vacías y abandonadas,

se escondían en los cerros.


 



 

Los fondos de los pantanos quedaron al descubierto:

iglesias y campanarios, torres, ruinas, caseríos,

hundidos y condenados, ahogados hace algún tiempo

-cuando por guardar el agua las presas se construyeron-,

volvieron como fantasmas,

sacudieron las conciencias de quienes las condenaron,

y hacia la luz emergieron.


El otoño apenas trajo alivio para las tierras,

que resecas se agrietaban y se cubrían de costras

como un animal enfermo.

Las cuchillas del arado se embotaban en la piedra

y arrancaban de la tierra, con los chirridos, lamentos.

                               

Fue el invierno duro y frío.

Apenas cubrió de nieve los picachos más altivos:

una ligera esperanza para los campos sedientos,

que otros años, para entonces, un palmo andaban crecidos.


La fortuna es caprichosa, también la naturaleza.

Y abril y mayo vinieron con los cielos tan preñados

y descargaron sus aguas con tal ímpetu y presteza,

que los campos empaparon, inundaron, anegaron,

y donde habrían de nacer alegría y esperanza

solo se oyeron lamentos de desgraciada tristeza.

La suerte fue desigual en las distintas regiones:

hubo quienes recibieron las aguas en abundancia,

sin padecer los excesos que arruinaran las cosechas;

y quienes penetrar vieron el agua en calles y plazas

o impotentes contemplaron lagunas improvisadas,

riadas que les dejaban todas sus huertas deshechas.

Hubo pantanos que abrieron de par en par las compuertas,

ríos que al mar devolvieron el agua que les sobraba,

y regiones que miraron a un cielo de telarañas,

con un azul pertinaz que apenas se emborronaba

y un suelo que persistía en su sequedad huraña.

Hay quien ante tal desastre y tamaño desperdicio

habla de hacer nuevas presas,

o de ensayar, solidarios, algún modo de trasvase

que donde la lluvia falta la sequedad aliviase;

que, a cambio, aquel que a diario los rayos del sol recibe,

consiga, con un buen riego que el fruto se multiplique,

y que a quien agua cedió, el favor se compensase. 

                                                                                              

Es el hombre olvidadizo, sus propósitos livianos;

y pasado el temporal y recobrada la calma,

retoma sus viejos vicios, en su rutina se afana

y donde se oyó un clamor, ahora no se oye ni a un alma.

Pues, señores, tropecemos de nuevo en la misma piedra.

Parece que la dureza del peligro que existió

y sin duda ha de volver, ni a unos ni a otros arredra.

 

ÁNGEL HERNÁNDEZ EXPÓSITO

Maestro. Doctor en Ciencias de la Educación

Emérito UCJC


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