
Al hilo de Alonso Schökel
en Esperanza, Meditaciones bíblicas para la Tercera Edad
Sal Terrae. Santander, 2000
MOISÉS
El Deuteronomio nos dice que Moisés tenía 120 años al terminar sus andanzas por el desierto, en marcha hacia la Tierra Prometida, y morir sobre el monte Nebo. Había cruzado ya el Jordán y desde el monte Nebo tenía a su espalda el Pueblo que había sacado de Egipto y delante de sus ojos la tierra que manaba leche y miel que corrían hacia la mar, la Tierra de la Gran Promesa.
Para eso había salido de Egipto, salvadas mil dificultades, arrancándose de un pueblo de habla extranjera que lo tenía sujeto y esclavo. El salmista cantará con infinito y eterno agradecimiento: “In exitu Israël de Aegypto, domus Jacob de populo barbaro...”. Los monjes cristianos seguirán recitando a diario este salmo. Lo cantaba Jesús en las grandes ocasiones, como la Pascua.
No parece sino que se troncha en flor la misión que está a punto de cumplir, cuando aún mantiene en su plenitud no solo la vista que ve sino el vigor envidiable en un anciano ya en sus 120 años. ¡Qué naturaleza la suya!
Moisés no se ha jubilado. La jubilación no debería entrar en ninguna mente medianamente formada. Uno ha de servir a la sociedad y a Dios de por vida. Lo va a retirar de golpe la muerte. En los planes de Dios, a quien ha servido, es la hora de que se “reúna con los suyos”, es decir, de bajar a la tumba , al Seol o morada de los muertos.
El Yahvé, que le hizo subir al monte Sinaí donde se encontró por primera vez con su Señor, ahora le hace subir a otro monte, al monte Nebo, donde le “muestra toda la tierra”. No parece sino que bromea con él:
“Esta es la tierra que prometí a Abrahán, a Isaac y a Jacob, diciéndoles: Se la daré a tu descendencia. Te la he hecho ver con tus propios ojos, pero no entrarás en ella”.
Efectivamente allí murió Moisés, siervo del Señor, como había querido y dicho el Señor.
El libro del Deuteronomio termina levantándonos su enorme figura, como una estatua gigante de mármol, en alto sobre todo el Antiguo Testamento:
“Pero ya no surgió en Israel otro profeta como Moisés, con quien el Señor trataba cara a cara; ni semejante a él en los signos y prodigios… ni en su mano poderosa... en presencia de todo Israel”.
Sobre el tablado del gran teatro del mundo a los ancianos se nos encomendó un papel que representar. Nos asalta la tentación de los monarcas exóticos que sepultaban consigo a sus mujeres y siervos. El telón se echaba definitivamente con ellos. No ha de ser así con nosotros. Terminaremos nuestra peregrinación por este mundo pidiéndole a Dios el Josué que siga con el pueblo de Dios, como lo estuvimos nosotros de por vida y que continúe la misión que dejamos, a nuestro ver, inconclusa.


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