131 Filosofía. Leibniz

                                                   



Leibniz, el filósofo de la posibilidad



Históricamente, los filósofos se han encargado de reflexionar acerca de la realidad para así dar una respuesta, acaso provisional, a las cuestiones trascendentales que la vertebran. Así, el filósofo metafísico trata de explicar el qué y el cómo de la realidad en general a partir de un aspecto enigmático de ella que se vuelve el punto de apoyo de todo su pensamiento. Aristóteles ideó un sistema metafísico completo tratando de resolver el enigma del cambio, central en el mundo helénico desde Parménides. Plotino dividió la realidad en tres hipóstasis para poder explicar la existencia de lo uno y lo múltiple. Estos filósofos trataron de dilucidar en qué consiste la realidad y cómo podemos dar cuenta de ella.

Hubo un filósofo, en cambio, que volcó sus esfuerzos en responder a la pregunta metafísica más ambiciosa, con la que reorientó el alcance de su propia disciplina. G. W. Leibniz (siglo XVII) fue uno de los últimos grandes polímatas y un genio de pleno derecho. El inventor del cálculo infinitesimal (a la vez que Newton), quería dar cuenta de la realidad con una certeza matemática. No le bastaba con saber cómo funciona la realidad: de eso ya se encargaba la ciencia. Y la ciencia ya había demostrado su impotencia para resolver las cuestiones últimas, los verdaderos porqués de las cosas. Pues para nuestro filósofo el conocimiento verdadero es aquel indubitable, cuya negación implicaría una contradicción. Así, la ciencia puede explicar cómo es el mundo y en qué consiste, sin que ello implique poseer conocimiento en sentido estricto; para Leibniz, solo la metafísica puede preguntarse por qué la realidad es como es y no podía ser de otra manera, o, lo que es lo mismo: ¿por qué hay algo en vez nada?

El Primer Motor Inmóvil aristotélico, o el Uno de Plotino, explican por qué nuestra realidad es como es, pero no por qué no podría haber sido de otra manera: incluso la nada podría haber sido posible, si así Dios lo hubiera dispuesto. Podemos concebir una infinidad de mundos alternativos que podrían haber sido, pero que no son: yo podría haber decidido no escribir sobre Leibniz, o no escribir este artículo, y mis decisiones me habrían llevado por caminos distintos del que estoy viviendo ahora. ¿Por qué, entonces, este es el mundo que existe y no uno alternativo? ¿Por qué no la nada?


Concluyamos con la respuesta que dio nuestro filósofo en su última gran obra: la Monadología. Leibniz coloca a Dios como el fundamento de la posibilidad: Dios es la razón por la que hay cosas posibles (§43). Él mismo es el ser cuya mera posibilidad implica su existencia (§45). Sigue, así, la tradición ontologista, que defiende la existencia de Dios en virtud de su definición. En esta definición se describe a Dios como el ser más perfecto, definiendo “perfección” como “la magnitud de realidad positiva tomada precisamente” (§41). Dicho de otra forma: la perfección es el grado de ser que un ente posee. Hay cosas más perfectas que otras en el sentido de que hay entes que poseen el ser de manera más intensiva que otros. Esto lo demostramos en el lenguaje cotidiano cuando, por ejemplo, decimos que un hombre es más que una piedra, aunque ninguno exista más que otro. En el entendimiento de Dios, por tanto, no reside únicamente lo que existe efectivamente (i.e. nuestro mundo) sino todo lo que es concebible que sea, pero que no existe. Así, en su entendimiento se encuentran una infinidad de mundos posibles, como ideas, cada uno con un determinado grado de ser, y con “derecho a pretender la existencia en razón de la perfección que encierra” (§54), siendo Dios el que determina cuál de ellos es el mejor. En efecto, siendo Dios el ser más perfecto, no podría sino dar existencia al mundo más perfecto, al que contuviese en sí el mayor grado de ser. En definitiva, concluye Leibniz, nuestro mundo es así, y no podía ser de otra manera, porque es el mejor de los mundos posibles. En otras palabras: nuestro mundo tenía que existir y la nada no es sino imposible.   

Nicolás Arnell León
                                                           Estudiante de filosofía  

Universidad de Málaga







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