como pedagogía perenne (V)
Muestras sueltas
5. Que la verdad es el suelo y el cielo de la Escuela
En nuestros tiempos del SEK ya se hablaba de competencias y de habilidades, pero sobre todo se venía hablando del sagrado empeño de formar al alumno más que de informarle. El alumno del SEK habría de dejar el colegio con la madurez exigible a su edad y en marcha hacia la plenitud de su persona.
Pero para nada se invocaba entonces un relativismo que le viene a la Humanidad de lejos y que hoy impera con particular fuerza también en educación. Nosotros estábamos con Aristóteles, con Santo Tomás y con la Escolástica en cuanto a la definición de la verdad como cima absoluta: Adaequaetio res et intellectus. Para nosotros la verdad de lo que enseñábamos era primordial. Enseñábamos cosas sencillas, las que podían soportar unas mentes en formación, y las enseñábamos de manera sencilla. Se puede decir que de ordinario no pasábamos de los elementos de las ciencias y del arte, imperativo del formidable humanista Gregorio Marañón. Pero descendíamos en nuestras clases al fondo mismo de la verdad y de las verdades que profesábamos como especialistas y profesores de nuestra asignatura. Tratábamos no solo de pasar a los alumnos los “conceptos” de que carecían sobre nuestra materia, sino de darles su “entraña científica” y cierta y, si nos era dado, de apasionarlos por la verdad de lo que les mostrábamos.
La Verdad. Bernini
La competencia de cada uno de los profesores con los que yo hacía familia en el SEK ni se planteaba, se daba por segura en su área. Sin proponérnoslo ni convenirlo de antemano, creo que a cada uno de nosotros le apretaba el imperativo de la última sabia información contrastada sobre su materia. Sólo recuerdo a un profesor de ciencias naturales que no quería que nadie le preguntara sobre árboles y plantas con terminología de andar por casa: se movía solo a riguroso nivel científico. Él sabría por qué. Yo nunca lo supe. El chopo blanco o el álamo plateado para él era exclusivamente el populos bolleana...
Hoy es un error grave, que cunde de diversas maneras, el desinterés por el conocimiento que retiene la memoria: recorta la autoridad de los profesores, empobrece a los alumnos e infantiliza y debilita a la sociedad. La verdad de las cosas es lo que más une a los humanos, particularmente a los docentes y discentes que en el SEK nos afanábamos (studium: afán, empeño) por encontrarla. Era nuestra misión, tarea y trabajo. Era lo primero que nos debíamos a nosotros mismos y la deuda permanente que teníamos con los alumnos.
La verdad del hombre, de la historia, de la sociedad, de la naturaleza…: de toda realidad, suelo que pisar y cielo al que levantar la vista, del “yo” persona y de lo que socialmente terminara siendo nuestra “circunstancia”.
En resumen: La verdad, indiscutible señora de toda educación desde el SEK: su suelo y su cielo como Institución.
CARLOS URDIALES RECIO
Maestro. Profesor de Escuela de Magisterio
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