El templario contumaz
Fue brutal el golpe que recibí en la cabeza cuando sentí cómo iba perdiendo el conocimiento y al mismo tiempo me iba hundiendo al fondo del río sin posibilidad de salvar mi vida y, lo que me preocupaba aún más, no poder realizar la misión que me había confiado mi Comendador.
El golpe me lo dio el caballo que tiraba del carro y al llegar la riada, el puente no aguantó el envite y allí que fuimos todos arrastrados por la corriente del agua sin poder hacer nada por salvarnos.
Milagrosamente, al día siguiente me desperté en la orilla del río que ya había vuelto a su cauce y a muy corta distancia, se encontraba mi fiel compañero, pastando plácidamente, como si no hubiese sucedido ningún percance.
Me palpé la cabeza, que lucía un buen chichón y por lo demás me encontré en buen estado para poder llevar la carta que me habían confiado y...
De pronto sentí que las piernas me fallaban, mi zurrón se había quedado colgado de una rama de un árbol caído y milagrosamente estaba intacto con su contenido a salvo.
Rápidamente, subí a mi fiel “Sombra” y lamentando la pérdida del carromato, me puse en camino a todo galope para llevar la misiva a tiempo al capitán del Halcón, en el puerto de Mesina, antes de salir con rumbo a Chipre, donde me tendrían que dar nuevas órdenes.
Ya se había apagado el último rayo del sol, cuando el inconfundible olor al salitre del mar, me atrajo como un imán hacia las apagadas luces que empezaban a aparecer en el cercano horizonte.
Cuando llegué, al barco me sorprendió ver cómo unos hombres lanzaban por la borda al que pronto adiviné que se trataba del capitán.
Al verme, rápidamente me interceptaron otros dos compinches que me apresaron y me subieron a bordo con cara de pocos amigos.
- ¿Y tú qué quieres, zagal?
- Hablar con el capitán.
-Ahora soy yo el que manda. Dijo otro tipo, que no logré ver, oculto por la niebla que había hecho acto de presencia.
-Si no quieres correr la misma suerte que tus compinches, muéstrate y sal donde yo pueda verte la cara.
El malvado, se lanzó sobre mí con un alfanje en alto dispuesto a partirme en dos pero, gracias a un sexto sentido que aprendí luchando con los “Hashshasin” o fumadores de Hachís, esquivé el mortal golpe y con la daga que llevo escondida en la bota, le envíe a hacer compañía a los otros rufianes.
José María Casillas Gómez
Economista
Continuará


No hay comentarios:
Publicar un comentario