133 Miguel Delibes. Expresiones

 


              Expresiones 

en la obra de Miguel Delibes


El camino del refrán hasta su formulación verbal es progresivo. Empiezan por ser primero un mero precipitado conceptual, en bruto, que aún no dispone de palabras con las que expresarse, ni siquiera de unas iniciales palabras mentales. El refrán está por formularse, busca las palabras que le den cuerpo y en las que descansar. Se sabe su verdad, se habla en el pueblo de ella, pero todavía está en fase de gestación. Miguel Delibes acude al refrán El que tiene boca se equivoca en un libro poco nombrado: Mis amigas las truchas. Un refrán que enuncia la posibilidad general de equivocarse. El texto en concreto dice lo siguiente:

 

El sol centellea arriba, en el cielo, pese a que los augures predijeron borrasca para el fin de semana (estos señores se equivocan como todo el que tiene boca).

El refrán es obra de muchos. Por tratarse de un género sapiencial popular es imprescindible el trasiego de unos a otros entre las gentes del pueblo. Las observaciones de unos y las de otros van convergiendo hacia la verdad observada, liberándola de elementos menos seguros, innecesarios o falsos, enriqueciéndose unas observaciones con otras.

Los refranes se fijan en una fórmula. El acierto en la fórmula lo constituye ya en refrán. Logrado el refrán y hecho calderilla popular, pasa de mano en mano, es decir, corre de boca en boca. Es un logro, una riqueza, al resultar un descanso mental: la verdad que enuncia abreviará el trabajo del pensamiento del hombre que intenta dar un consejo, zanjar una discusión, aclarar un pensamiento, etc. El peso que el refrán lleva de garantía popular le dota de una fuerza específica. Prevalece en él la orientación para la conducta, sobre la información que pueda darse al conocimiento. Para convencer de la necesidad del esfuerzo en un caso dado bastará con un echar mano de una observación sencilla del mundo rural: “Si la burra no tira del carro, el carro no anda” (La hoja roja p. 189).


Si nos preguntamos por los creadores de los refranes y por quienes los hacen o administran más o menos como suyos, abundaremos en conceptos parecidos a los anteriores, confirmándolos.

Los refranes son anónimos. Podrá ser y será un personaje rural concreto el que dé con su fórmula feliz, rimada y redonda. Antes, habrá estado en la mente de muchos otros, como merodeando y afirmándose en su ser y expresión. Finalmente encontrará el cerebro que recogió su chispazo de condensada sabiduría y lo hizo lenguaje, naturalmente, popular.

Los refranes son populares. Quienes tenían la misma observación que se les venía haciendo evidente, pero para la que no encontraban todavía la expresión adecuada que le conviniera, asintieron al creador del refrán e hicieron suyo "el dicho evidente", quizá matizándolo, mejorándolo incluso.

Los refranes perviven en la memoria, oral y escrita. Los recuerdan y emplean las personas mayores, particularmente si veneran lo acostumbrado. Tal es el caso de Menchu, simpático cartón-piedra de costumbres, en Cinco horas con Mario.

Las colecciones de refranes los recogen. Son estas colecciones como asilos de ancianos, porque pasan a ellas de donde siguen vivos, que es en la memoria de los mayores.

Lugar intermedio ocupan las obras literarias de nuestros clásicos que les proporcionan espacio por el que asomarse a sus anchas, como ocurre en el Quijote o en La Celestina.

Los refranes son aceptados universalmente. Se les acepta socialmente y se les consagra como valiosos. Las gentes asienten a la certeza que muestran. El pueblo piensa, a veces incluso a su pesar, que “decir refranes es decir verdades”. Algo en su fulguración hace que se acepte su contenido. Se podría añadir que unos a otros los refranes se apoyan para asegurar más sus particulares porciones de verdades.

Una forma de aceptación del refrán se manifiesta en la creación de variantes y modificaciones más o menos ingeniosas hechas sobre la marcha del relato. El “a río revuelto, ganancia de pescadores” puede quedar modificado para acomodarlo al momento de determinada circunstancia en “a día revuelto, ganancia de cazadores”, como en la paráfrasis de Aventuras, venturas y desventuras de un cazador a rabo.

La narrativa de Miguel Delibes nos ofrece 29 sin intención alguna de ofrecer un servicio a la paremiología. Son un elemento más de su lenguaje popular rural. Están empleados con total naturalidad y se ajustan al relato y a la conversación de los personajes con espontánea precisión.

Se instala Miguel Delibes en medio de los espacios rurales y del mundo de la caza y la pesca y habla y escribe con el mismo lenguaje que hablan sus gentes. Se diría que no hace literatura. El esfuerzo, si se da, no se le nota. Él mismo se considera un cazador que escribe más que un escritor que caza.

El refrán aparece en su narrativa con la misma naturalidad con la que el maestro maneja el léxico popular rural.


 JORGE URDIALES YUSTE

                                        Doctor en periodismo. Profesor

                                                       especialista en Miguel Delibes

                  www.jorgeurdiales.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario