133 Magisterio. Ministerio de las EE. CC.


RETAZOS LASALIANOS ‑ 36



NO CONFUNDAMOS MISIÓN Y MINISTERIO 


        1. Una confusión teológica importante

Desde hace algunos años, concretamente desde que en el Instituto se ha está reflexionando sobre la Asociación de los laicos, la misión del Instituto, la misión del Hermano, etc., he notado que se está produciendo cierta confusión de términos teológicos que se recogen en diversas publicaciones y documentos, algunos de alto valor en nuestra Institución. Personalmente, agradezco el esfuerzo de reflexión de cuantas personas quieren profundizar tales temas, pero al mismo tiempo también agradecería que todos fuésemos muy precisos al emplear esos términos con el significado y valor que tienen en la teología de la Iglesia.

A veces el equívoco proviene de que se emplean términos que son sinónimos en ciertos aspectos, pero no en su totalidad. Por ejemplo, la palabra «misión» se toma por finalidad, objetivo, etc. Pero en ese momento queda desprovista de la carga teológica que ha de llevar. Un ejemplo se refleja en el número 4 de nuestra Regla, que en el capítulo 1 habla «Del fin y espíritu del Instituto», pero no habla de la «misión del Instituto», aunque en el léxico final incluye el fin dentro de la misión. Dice el texto: «El fin de este Instituto es procurar educación humana y cristiana a los jóvenes...» Es correcto, pero estaría mal, si dijera que «la misión del Instituto es procurar educación humana y cristiana...» ¿Y eso por qué? Porque se está empleando mal el término teológico de misión.


2. La misión: Anunciar la Buena Nueva a todas las gentes

Recuerdo que en mis años de estudiante de teología, me parece que fue en tercer año, faltó por unos días el profesor de eclesiología, y le sustituyó otro profesor que durante varias clases trató de explicarnos cuál era la misión de la Iglesia y de los cristianos en la Iglesia. Al principio se remontó a las procesiones de la tres divinas personas y a las misiones dentro del misterio trinitario. Pero, cuando aterrizó, nos había demostrado que la «misión» en la Iglesia es única, emanada de Dios a través de Cristo y del Espíritu Santo, y que se extiende a todos los miembros del Cuerpo místico, aunque muchos de ellos la ignoren o no la realicen. Y esa misión es: «Anunciar la Buena Noticia a todas las gentes». Nos explicó también cuál era la «Buena Noticia», y no dijo que el meollo del Evangelio es hacer saber a la gente que Jesucristo, enviado por (con la misión de) el Padre, había muerto por nosotros y con su muerte nos había redimido, es decir, nos había salvado; que una vez muerto, había resucitado y estaba vivo, con nosotros, para siempre. Y que saber este misterio y creerlo es la fuente y el motor de nuestra vida eterna en Dios.


3. No es lo mismo «misión» que ministerio

Anunciar este misterio es anunciar la Buena Noticia, y esa es la misión de la Iglesia, de sus pastores, de todos los miembros de la misma, y en consecuencia, es la misión, también, del Instituto.

Si estamos de acuerdo con este principio, (y es difícil rechazarlo) habremos de reconocer que cuando hablamos de «la misión lasaliana: educación humana y cristiana, una misión compartida» (Cuadernos Lasalianos, nº 6), no hablamos de la misión, sino del ministerio lasaliano; y lo que compartimos no es la misión (que tienen todos los cristianos), sino el ministerio (que es propio de nuestro Instituto). Ministerio es la forma concreta como cada cristiano cumple la misión común, de anunciar la Buena Nueva. En nuestro caso, de Hermanos de las Escuelas Cristianas, lo hacemos a través «de la educación humana y cristiana».

Y cuando se habla de «Asociados para la misión» (Coloquio ‘Eurocelas ‑ 2000’), lo que se pretende decir es: «Asociados para el ministerio» de la educación humana y cristiana». Pues todos los cristianos están asociados para la misión «de anunciar la Buena Nueva», pero no todos están asociados en la «misión»‑ ministerio de educar. Nosotros, los Hermanos, estamos asociados a la misión de los demás cristianos, y anunciamos la Buena Noticia, pero yo no me considero asociado al «ministerio» de la sanidad, o de acoger a los abandonados, o de administrar los sacramentos.


4. Todos estamos asociados en la «misión»; pero no en el ministerio, que es distinto según el modo de realizar la misión

A mi modo de ver, toda esta confusión proviene de que la teología de los ministerios en la Iglesia está muy poco estudiada; y mucho menos aún la teología de los ministerios laicales. Invito a que se tomen los documentos del Vaticano II, y buscando en el índice temátivo misión y ministerio, se verá la enorme confusión que se crea. Y lo mismo ocurre con el Catecismo de la Iglesia Católica.


5. Importancia y consecuencia de la Asociación en el ministerio

Tal vez alguien considere que todo eso no tiene ninguna importancia en el orden práctico. Yo no lo creo así, pues estoy convencido que nosotros, los Hermanos, antes de tener los votos religiosos, ya estábamos consagrados a Dios por «el ministerio que ejercíamos». Es una preciosa intuición del santo Fundador. ¿Y por qué nuestros profesores seglares, en el momento actual, no pueden estar también consagrados por medio del mismo «ministerio» que realizan con nosotros, aunque no hayan firmado una fórmula concreta de «asociación»? Es éste un cauce de reflexión para todos los que están tratando en profundizar estos temas.


6. Todos recibimos de Cristo la misma misión

Benedicto XVI hablaba recientemente de la misión: «Se trata de un mandamiento (el de la misión “ad gentes”), cuyo fiel cumplimiento “debe caminar, por moción del Espíritu Santo, por el mismo camino que Cristo siguió, es decir, por el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio, y de la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que salió victorioso por su resurrección” (Decr. Ad gentes, 5). Sí, estamos llamados a servir a la humanidad de nuestro tiempo, confiando únicamente en Jesús, dejándonos iluminar por su Palabra: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure” (Jn 15, 16). ¡Cuánto tiempo perdido, cuánto trabajo postergado, por inadvertencia en este punto! En cuanto al origen y la eficacia de la misión, todo se define a partir de Cristo: la misión la recibimos siempre de Cristo, que nos ha dado a conocer lo que ha oído a su Padre, y el Espíritu Santo nos capacita en la Iglesia para ella. Como la misma Iglesia, que es obra de Cristo y de su Espíritu, se trata de renovar la faz de la tierra partiendo de Dios, siempre y sólo de Dios» (Homilía en Porto, 14.5.2010).

Y Juan Pablo II, poco antes de morir, encomendó de manera especial a los responsables de la Curia Romana que estudiasen en profundidad y cuanto antes todo el tema de los ministerios laicales en la Iglesia, pues desde el Vaticano II no se había hecho.

José María Valladolid, F.S.C.

Maestro. Iesus Magister, Roma 

Doctor,  San Dámaso, Madrid





 





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